La Psicoanalista Linda Galván nos trae una reflexión donde relaciona la libertad, con la práctica clínica y escucharse a si mismo.
¿Alguna vez te han dicho, ve a terapia? O ¿lo has sugerido? Pero, ¿Qué implica de manera central, acudir a iniciar un proceso terapéutico? ¿Por qué la plática con amigos en compañía de un delicioso café, no es suficiente? Ahí nos escuchan los amigos, ¿no? Pues en realidad, las sugerencias sobre buscar ayuda psicológica, están encaminadas mayormente a que nos escuchemos.
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¿Qué relación puede existir entre escucharse a sí mismo y la libertad? Pensémoslo.
Nos encontramos en una era que se enorgullece de los cambios y la evolución. Que gracias al pensamiento y la tecnología cada vez son más eficientes y palpables. Lo cual en la mayoría de ocasiones, terminan por conjeturar muchas certezas.
Desde una lectura magistralmente bella de los procesos internos del cerebro. Que a través de las imágenes cerebrales, nos permiten acceder al enigma que supone el centro que rige nuestro cuerpo; imágenes que permiten hacer interpretaciones ya sea de patologías o procesos naturales del ser humano; recordemos que no es de forma aislada, sino que dichas interpretaciones se leen en conjunto con otros factores.
Ante los hechos que parecen inexplicables, como aquellas luces que se hicieron presentes en el temblor del 7 de septiembre del 2017, los usuarios de las redes sociales que las captaron, también captaron la atención y comentarios de muchos otros con explicaciones que calificamos de supersticiones, hasta que aparece la voz del experto, del portavoz de la ciencia para “clarificar” la nube de especulaciones, sobre decir, poco científicas.
Sin embargo ¿Qué tiene que ver esto con lo que acá nos convoca? Señalar que genera ansiedad no tener una explicación acompañada de la figura del científico que dé sentido al sin sentido.
¿Por qué nuestras explicaciones sobre lo que ocurre al interior de nuestro cuerpo, de nuestra mente o porque no, de nuestro ser, no nos alcanza para dar cuenta acontecimientos que generan gran impacto en nuestra historia?
Escucharse a sí mismo, para exponer-se.
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No sólo por la urgencia de los sentidos dichos por aquel sujeto supuesto saber, de aquel que sabe; situación que se equipara ante la pregunta que más insiste en la clínica del psicoterapeuta o psicoanalista ¿Por qué me pasa esto? ¿Por qué si ya sé que esto me hace daño, no puedo dejarlo?
Incluso cuando ya existe una explicación razonable por parte de la ciencia. Parece no alcanzar a dar cuenta de sí mismo, de aquel que sufre o se interroga por su dolor.
Pensemos ahora en la libertad, ¿Somos realmente libres? O ¿Sólo creemos que lo somos? Ante preguntas como las anteriores, parece que no se es libre, por estar atado a alguna pasión que nos sitúa en un lugar de sufrimiento.
Entonces nuestras pasiones nos encadenan o nos encantan. Como aquel juego de niños “encantados” que al toque y gritó “encantado” aquel que había sido tocado, tenía que dejar de moverse, hasta que llegase alguien más, que con la misma operación y al grito “desencantado” te liberaba de ese estado de inmovilidad. A veces creo que un poco así funciona el proceso terapéutico. Un contacto con otro, a nivel de la palabra, para posibilitar la escucha, nuestra escucha. Y dirían “caiga el veinte”.
“Me encanta”
Claro ahora el significante de “me encanta” pueda remitirnos a otro registro de las redes virtuales, no tan alejado el efecto del juego que le antecede.
Es que eso que nos encanta puede dejarnos hipnotizados, fascinados, eclipsados y obturados en nuestro pensamiento y actos. Como en una suerte de máquinas, que operan bajo instrucciones o premisas precisas.
Claro, ellas no se interrogan por lo que están haciendo, quienes se permiten la posibilidad de interrogarse, de dudar, somos nosotros, los sujetos a sus pasiones.
¿Escucharse a sí mismo, como una práctica de la libertad?
Puede sonar un poco necio, pensamos que ya nos escuchamos, que todo el tiempo que hablamos estamos pendiente de lo que decimos, y además somos libres al hacerlo, por el hecho mismo de hacerlo.
En mi práctica clínica, en un inicio como analizante, no alcanzaba a entender el sentido de las puntualizaciones de mi analista, ante los interrogantes ¿y usted qué piensa de eso que hace?
y mi exigencia, que operaba como los imperativos de la lógica mercantil: ¡usted es el psicoanalista, usted debe decirme, porque además por eso estoy pagando!
Ahora que veo hacia atrás a esos momentos, pienso en la paciencia ante estas exigencias tan vigentes y que se viven en cualquier lugar que visitamos, y damos cuenta de ello ante frases, de “el cliente siempre tiene la razón” “el que paga manda”. La posición que exime a cualquiera de su propio decir, que se aliena al poder que brinda el dinero o la jerarquía del conocimiento.
Es decir, como si por el hecho de pagarle a alguien, pudiera tener el efecto de hacernos más libre-pensantes. Porque dicha posición nos remite a pagar por una serie de discursos que nos explican por qué hacemos lo que hacemos o porque no hacemos lo que quisiéramos hacer y ahí se cierra el círculo de interpretaciones.
Seguimos instrucciones o consumimos sustancias que generan un movimiento bioquímico que ilusoriamente nos acerca al ideal que aspiramos o nos distrae del mismo.
Tal vez si escucháramos pueda acercarnos a una existencia ética
Y sea que tal vez se “aspira” como el artefacto que nos ayuda en la limpieza de las alfombras y aspiramos, enviamos a algún sin-lugar a algo que nos es tan propio, como nuestra propia voz, nuestra singularidad de nuestro ser.
Eso que tal vez si escucháramos pueda acercarnos a una existencia ética y auténtica, que al ideal marcado por las imágenes que consumimos, donde parecen uniformarse las formas, apariencias, alimentos, y pensamientos.
Porque nos agrada más pensar que estamos en la verdad cuando pensamos lo que la mayoría piensa o lo que los expertos “han comprobado” y así anulamos nuestra singularidad, nuestro decir, la propia voz. En este punto traigo a colación al Filósofo Spinoza cuando dice que el estado para mantener al pueblo en la servidumbre, debe ser de tal forma que cuando creen luchar por su salvación, pelean por su esclavitud, de tal modo que les parece más glorioso dar la sangre y la vida por servir el orgullo de un tirano (1) .
Nuestros recuerdos; La propia voz que puede parecer tan ajena como familiar
Eso que nos encanta, puede ser la imagen que tenemos de nosotros mismos. Esa imagen que nos recuerda que somos los más inteligentes, los más bellos. Que nos remite al recuerdo de cuando se era niño, a la nostalgia que provoca los tiempos en que nosotros éramos su majestad, en nuestro pequeño o gran imperio llamado familia.
Imagen a la que podemos permanecer anclados, y la cual puede ocupar la posición del tirano que podemos ser para nosotros mismos, no sólo la imagen, nuestras pasiones incluso suelen ser más poderosas en estos terrenos del actuar humano.
Por ello situar los decires que explican el sentido, la opinión de los expertos en la salud mental, en muchas ocasiones funcionan como seductores y seducidos, que ofrecen sentidos, para ahorrarnos el esfuerzo que suele implicar hablar de nosotros mismos, de nuestra historia, de nuestros deseos.
La propia voz que puede parecer tan ajena como familiar, donde nos podemos desconocer, para reencontrarnos en un rodeo por la palabra con aquello que siempre estuvo ahí y sin embargo no vimos, que no le hemos dado lugar.
Escucharse, como un acto ético, consigo mismo.
Escucharse, como un acto ético consigo mismo. Mismo que nos lleva a pensar, cuestionar y reflexionar sobre nuestro actuar con los demás, con los que nos rodean, con los que amamos y con los que interactuamos, es decir con lo que hacemos con los vínculos que vamos formando o destruyendo.
Dar sentido al sin-sentido
A lo que no alcanza a dar sentido (aún) la ciencia, u otros sentidos que organizan y explican las mentalidades y función del pensamiento, escucharse para posibilitar una existencia más auténtica, para ser un poco más libres o un poco menos esclavizados de nuestras propias pasiones y sin embargo más apuntalados a existir conforme al deseo que nos habita, posicionando las culpas, resentimientos en sentidos otros que permitan advenir a un sujeto menos oprimido.
También para abrirse al sinsentido, pues no todo se articula en un sentido coherente, lineal o dialéctico, sino también en el despliegue del sinsentido informa de nuestra vida.
El hablar, dar lugar a la palabra, a la singularidad, es un acontecimiento una vez que ocurre en el proceso terapéutico, ya que se encuentra que es más revelador la propia relación que se establece en el acto de la narrar la propia historia que el contenido de lo relatado.
Por ello hablar, como imperativo, descentra al sujeto confinado a una figura inamovible, a una exigencia de escuchar, a ese otro que somos nosotros mismos y que llegamos a desconocer, nuestro lado oscuro.
Es decir el dispositivo analítico, o el espacio que elegimos para iniciar un proceso de psicoterapia, sea aquel en el que podamos ser libre de decir lo que pensamos, como una práctica de libertad; de suerte que nos re-conozcamos más en nuestros tropiezos al hablar, en los lapsus, en los sueños, incluso en los síntomas que anuncian algo de lo que aún no se ha articulado en el sentido singular que nuestra palabra profiere, sedimentarnos en el mismo molde, en el decir del experto, de eso que se dice, se supone que somos y nos funde en la generalidad, donde las particularidades se pierden.
Reflexión final sobre escucharse a sí mismo
Para concluir y en posible respuesta a los primeros planteamientos de este escrito, sí, acudir a psicoterapia puede resultar ser una posibilidad de escucharse, y en ese hecho posibilitar nuestra libertad por hablar de las diferencias más propias y que nos diferencian de los demás.
Referencia del texto escucharse a si mismo:
1 Spinoza, Baruch. “Tratado teológico político”.
Bibliografía Recomendada
Butler, Judith. Dar cuenta de sí mismo. Argentina, Amorrortu, 2009.Foucault, Michel. La hermenéutica del sujeto. México, Fondo de Cultura
Económica, 2012. Spinoza, Baruch. Tratado teológico político. Barcelona, Altaya, 1997.
Linda es Psicóloga por parte de la Universidad Autónoma Metropolitana. Es Maestra en Psicoanálisis y Maestrante en Filosofía por la Universidad Nacional Autónoma de México. Cuenta con estudios en Neurociencias, Neuroestética y Psicología Clínica y de la Salud; además de que ha participado en varias ponencias y se ha desempeñado como docente y divulgadora cultural. Actualmente se dedica a la práctica psicoanalítica individual atendiendo adultos y adolescentes. |